El minero D. Dionisio González (EL DÍA, Madrid, Martes 6 de agosto de 1918)
El hombre.
Por Asturias, de donde venimos, ya nos hablaron de él. Es un caso tan singular que al llegar a León, nos dedicamos a hablarle. No es fácil empresa; el hombre que buscamos descansa muy poco. Sus dos magníficos «Hispanos» no reposan un momento; al coto de Villablino, situado en Caboalles, a Matallana o cualquiera de sus inmensos grupos mineros.
El caso es que no descansa un momento y que para el periodista es cosa difícil completar los datos necesarios para tan interesante información.
Mucho nos dicen en Asturias y en León de las características más salientes de este hombre singular, pero ello no es bastante; indagamos, inquirimos y con datos completos, nos disponemos a hacer algo de biografía. Ella es tan breve como interesante. Cuatro trazos vigorosos y queda marcada la personalidad de Don Dionisio González. Como este caso hay muy pocos.
Nuestro hombre tiene en la actualidad cuarenta y un años de edad. Sus rasgos más salientes, inteligencia y voluntad, aunque muy desarrolladas con privilegios enormes solo reservados a los que la Fortuna elige por muy preferidos, cada siglo una vez. Tiene este hombre el genio de las iniciativas, y la facultad de asimilar con todo su desarrollo. Y estos poderosos privilegios, que en él son innatos, a trueque anduvieron de no revelarse jamás.
Nuestro hombre nació pobre, muy pobre. En una de sus principales minas, acaso la más rica de Asturias y León, trabajó como pinche, es decir, sirviendo de criado a muchos de los obreros que hoy tiene trabajando para sí, con toda la clase de consideraciones que su gran bondad y modestia le dictan. Un hombre joven como es, que tan solo cuenta cuarenta y un años de existencia, que está en la flor de su vida y en plena floración intelectual, no hay que decir que fueron pocos los años que empleó en pasar de la categoría de pinche a la de millonario. Y cuenta su historia, limpia y hornada, con todas las páginas inmaculadas, resplandecientes, abiertas a la voracidad pública, sin que la maledicencia haya podido dejar una sola huella. Nada se debe al favor ni a la casualidad. Su historia es breve y conocida; triunfó la inteligencia, el gran talento natural; era un predestinado. Todo el mundo sabe como fue su triunfo, y todos lo admiran y respetan. Le admiran, porque la fortuna inmensa que hoy posee, le hace poderoso; le respetan, porque nadie tiene que motejarle la más pequeñísima acción censurable, porque conserva de sus tiempos humildes toda su modestia, y porque no conoce la vanidad.
Se le respeta, se le admira y se le quiere. ¿Es grande que un hombre en unos pocos años, sin cultura, sin instrucción triunfe de este modo? Pues más grande es que ese hombre sea bueno, espléndido y caritativo. A su lado no veréis una necesidad que no sea remediada, ni un dolor que no tenga su consuelo. Es infinitamente más rico de sentimientos que de minas. Parece como si todas las buenas condiciones y todos los privilegios estuvieran escritos en el libro del Destino; trajo al mundo un cerebro enorme y la finalidad de ser bueno y rico.
El minero
Cinco hermanos tiene D. Dionisio González. Seducidos por el fantástico espejuelo de la conquista de la fortuna, cegados por el áureo porvenir que América parece ofrendar a muchos, emigraron los hermanos del minero. Él comprendió que para hallar la fortuna no era necesario emigrar, y aquí quedó y aquí triunfó, como ya hemos dicho. El primer cuidado de D. Dionisio fue el de hacer que sus hermanos regresaran. Podía ofrecerles un bienestar mejor, y bien pronto acudieron a su llamamiento. En la actualidad trabajan en sus minas, desempeñando los cargos principales, con espléndidas remuneraciones, cual es su costumbre, él que ganó jornales de dos pesetas y aun menos.
Rodeado de todos los suyos, pues además de sus cinco hermanos, son legión la que forman los sobrinos y otros parientes más o menos cercanos, nuestro gran minero trabaja infatigable, no por que le ciegue la ambición, que a buen seguro no la siente, sino por ese noble afán, hijo del estímulo, que da el éxito continuado.
Don Dionisio González lleva la dirección total de todos sus asuntos. Tiene un poderoso auxiliar en su representante D. Isidro Gordero, joven inteligente y trabajador, que admira y quiere a su jefe; pero nada se hace en lo administrativo y técnico, que no vaya sancionado por D. Dionisio. El hombre de antaño, el que no poseía cultura ni instrucción es hoy instruido y culto.