A primera hora de la mañana del 16 de enero de 1966, un bombardero B-52 Stratofortress despegó de la Base Aérea Seymour Johnson en Carolina del Norte.
Restos de la cola del B-52 caído sobre los campos de cultivo.
El bombardero se dirigió hacia Europa, en donde había de volar cerca de la frontera de la Unión Soviética armado con cuatro bombas de hidrógeno. Este vuelo formaba parte de la Operación Chrome Dome, que se inició en 1961 y finalizó en 1968, para proporcionar respuesta rápida las 24 horas del día en una estrategia de disuasión nuclear en caso de guerra. En la práctica suponía la posibilidad de bombardear Moscú como respuesta a un hipotético ataque ruso sobre territorio de Estados Unidos.
Este es el trozo más grande que quedó del avión cisterna, fotografiado el 18 de enero de 1966.
Tras dar la vuelta sobre el Adriático, durante su regreso a EE. UU., el avión B - 52 se dirigió a su tercer punto de reabastecimiento, donde se conectaría al día siguiente con un enorme KC-135 Stratotanker a 31.000 pies sobre el sureste de España, volando a casi 800 kilómetros por hora. El capitán Charles Wendorf, piloto de la Fuerza Aérea de 29 años al mando del bombardero, le pidió a su piloto de Estado Mayor, el mayor Larry Messinger, que tomara el relevo mientras se acercaban al punto de reabastecimiento.
Charles J. Wendorf, de 29 años, quien, a pesar de su relativa juventud, llevaba más de cinco años pilotando los bombarderos, era padre de tres hijos, y esa mañana su esposa, Bette, le había advertido que tenía un mal presentimiento sobre el vuelo.
Restos del avión cisterna KC-135. Al fondo, fuerzas españolas buscando cadáveres.
Poco después de las 10 de la mañana del 17 de enero, los aviones iniciaron su aproximación a 31.000 pies de altura. Messinger también presentía que algo andaba mal.
"Llegamos detrás del avión cisterna, ibamos un poco rápidos y comenzamos a superarlo un poco", recordó Messinger, según la revista American Heritage.
"Hay un procedimiento para el reabastecimiento: si el operador de la pértiga percibe que te estás acercando demasiado y es una situación peligrosa, grita: '¡Separaos, separaos, separaos!'", dijo Messinger. "No hubo ninguna orden de separación, así que no vimos nada peligroso. Pero, de repente, se desató el caos".
Miembros del equipo de búsqueda nuclear almuerzan en el Campamento Wilson en la playa de Palomares, el 17 de febrero de 1966.
El B-52 colisionó con el avión cisterna. La panza del KC-135 se abrió y los 110.000 litros de queroseno se derramaron sobre el avión cisterna y el bombardero. Las explosiones destrozaron ambos aviones, destruyendo el avión cisterna y matando a los cuatro tripulantes a bordo. Tres hombres en la cola del bombardero murieron y los otros cuatro tripulantes se eyectaron.
La bomba H perdida en el mar, vista durante la operación de recuperación el 8 de abril de 1966.
El capitán Ivens Buchanan, sujeto a su asiento eyectable, quedó atrapado en la bola de fuego y sufrió quemaduras. Cayó al suelo, pero sobrevivió. Los paracaídas de Wendorf y el teniente Richard Rooney se abrieron a 4.200 metros de altura y fueron a la deriva mar adentro, donde fueron rescatados por pescadores.
El submarino Alvin es embarcado en un avión de carga en la Base Aérea Otis de Cape Cod antes de ser trasladado en avión a Rota, para buscar la bomba de hidrógeno.
Messinger se golpeó la cabeza durante la eyección. "Abrí mi paracaídas. Bueno, no debería haberlo hecho. Debería haber caído en caída libre y el paracaídas se habría abierto automáticamente a 4.200 metros", dijo. "Pero lo abrí de todos modos, supongo que por el golpe en la cabeza". Fue arrastrado ocho millas mar adentro, donde también fue recogido por unos pescadores.
El mayor general de la Fuerza Aérea de EE. UU. Delmar Wilson, a la izquierda, y el contralmirante de la Marina de EE. UU. William S. Guest en la playa de Palomares, inspeccionando la bomba H recuperada del mar, el 8 de abril de 1966.
Un pescador español que se encontraba a 8 kilómetros de la costa en ese momento informó haber visto la explosión y la lluvia de chatarra metálica. Luego vio cinco paracaídas: tres con tripulantes supervivientes del bombardero; otros dos con "medio hombre, con las tripas fuera" y un "hombre muerto".
Un soldado estadounidense no identificado revisa el material encontrado.
Poco después, en España, los oficiales de las bases de la Fuerza Aérea se apresuraron a cargar los soldados que pudieron encontrar (cocineros, oficinistas y músicos) en autobuses para dirigirse a Palomares, un pueblo agrícola costero en el sureste de España.
Restos irreconocibles del B 52.
"Fue un caos total", declaró John Garman, entonces policía militar, a The New York Times en 2016. "Había restos por todo el pueblo. Una parte del bombardero se estrelló en el patio de la escuela".
Al acabar la tarde del 17 de enero, todos los aviadores, vivos o muertos, habían sido localizados y, por suerte, ningún habitante de aquellos parajes había resultado herido. Sin embargo, el personal estadounidense continuó la búsqueda de las cuatro bombas nucleares que transportaba el B-52.
La pérdida de la bomba obligó a desplegar un gran operativo para buscarla.
Las bombas —cada una de ellas con 1,45 megatones de potencia explosiva, aproximadamente 100 veces más que la bomba lanzada sobre Hiroshima— no estaban armadas, lo que significa que no había posibilidad de que se produjese una explosion nuclear.
El despliegue de fuerzas estadounidenses fue muy importante, intentando encontrar la cuarta bomba.
Una bomba, la que descendió suavemente colgada de su paracaídas, se recuperó intacta, pero en el caso de otras dos, a las que no se les abrieron los paracaidas, los explosivos de alta potencia, diseñados para acercar las dos masas de plutonio y provocar una explosión nuclear en el momento deseado, explotaron aunque sin provocar esa explosión nuclear, al no estar armadas. Estas explosiones crearon grandes cráteres a ambos lados del pueblo, esparciendo polvo de plutonio radiactivo y altamente tóxico a lo largo de varios cientos de hectáreas y contaminando cultivos y tierras de cultivo.
En ese preciso momento Pedro Alarcón se dirigía a su casa acompañado de sus nietos cuando una de estas bombas a las que no se les abrió el paracaídas cayó en su campo de tomates y explotó al impactar en el suelo.
"Quedamos tirados en el suelo. Los niños empezaron a llorar. Quedé paralizado por el miedo. Una piedra me dio en el estómago; pensé que me habían matado. Me quedé allí tendido, con los niños llorando", declaró a la BBC en 1968.
Los restos de los aviones se convirtieron en un atractivo para los locales.
La otra bomba de hidrógeno a la que no se le abrió el paracaidas estalló al impactar contra el suelo cerca del cementerio.
Al mismo tiempo los restos de los aviones en llamas también habían cubierto algunas zonas del pueblo.
Barriles de tierra contaminada recogidos en Palomares, para su traslado a Estados Unidos, en 1966.
"En ese momento no se habló de radiación ni de plutonio ni de nada más", declaró Frank B. Thompson, entonces trombonista de 22 años, a The New York Times en 2016.
Una pandilla de niños observa el lugar donde cayeron los restos del B-52.
Thompson y otros pasaron días buscando en campos contaminados sin equipo de protección ni siquiera una muda de ropa. "Nos dijeron que era seguro, y supongo que fuimos lo suficientemente tontos como para creerles", dijo.
La tripulación a bordo del barco de recuperación USS Petrel observa la bomba de hidrógeno, todavía parcialmente envuelta en las telas de su paracaídas, después de su recuperación del fondo del mar.
La cuarta bomba seguía desaparecida después de algunos días de búsqueda. Esta ausencia era vergonzosa para Estados Unidos y potencialmente mortal para la gente de la zona.
El dragaminas USS Sagacity fue uno de los barcos enviados a buscar la bomba.
El Pentágono contactó con ingenieros de los Laboratorios Nacionales Sandia en Nuevo México, quienes analizaron los datos disponibles para determinar dónde pudo haber caído la bomba desaparecida. Las circunstancias del accidente y la multitud de variables dificultaron dicha estimación.
Foto de archivo del 17 de enero de 1966 mostrando parte de los restos del B-52.
Las pistas apuntaban a un caida en el mar de la cuarta bomba, pero había pocos datos concretos que indicaran dónde.
Una entrevista con el pescador que dijo ver a cinco miembros de la tripulación del bombardero caer al mar proporcionó una información muy intetesante.
Barcaza de desembarco recogiendo restos en la playa.
El "hombre muerto" era en realidad la bomba sujeta a su paracaídas, y el "medio hombre, con sus entrañas colgando" era la bolsa del paracaídas vacía con sus cuerdas de embalaje colgando en el aire.
Esa información llevó a los ingenieros que colaboraban en la búsqueda a recomendar un nuevo área de búsqueda, lo que elevó el área total explorada a 27 millas cuadradas, con una visibilidad de solo 20 pies en algunos puntos.
Restos del B - 52 en medio de los campos.
El 11 de febrero, la Armada empezó a utilizar el Alvin, un sumergible de 6,7 metros de largo y 2,4 metros de ancho con un peso de 13 toneladas. Tenía espacio para un piloto y dos observadores, transportaba varias cámaras y un brazo de agarre, y podía sumergirse hasta 1.824 metros.
No se consiguieron resultados hasta el 1 de marzo, cuando avistaron una huella dejada por la bomba en su tránsito por el fondo marino.
Otra vista de la cola del B - 52.
Pasaron dos semanas más de búsqueda antes de que localizaran la bomba, a 777 metros de profundidad, casi exactamente en el mismo lugar en donde el pescador la había visto caer al agua.
El 24 de marzo, los buzos del Alvin lograron atar un cabo al paracaídas de la bomba. Poco después de las 20:00 horas, el cabrestante del buque USS Petrel comenzó a izarla. Aproximadamente una hora después, el cabo se rompió, enviando la bomba de vuelta al fondo del mar.
Restos del avión nodriza cerca de la playa.
La encontraron de nuevo el 2 de abril, sobre el fondo marino, a unos 107 metros más abajo de donde la habían visto por primera vez. Esta vez la Armada utilizó un vehículo robótico no tripulado, que acabó enredado en el paracaídas de la bomba.
El 7 de abril se tomó la decisión de izar todo el conjunto de vehículo y bomba desde una profundidad de 869 metros.
De izquierda a derecha: Antonio Velilla Manteca, jefe de la Junta Española de Energía Nuclear en Palomares; el general de brigada Arturo Montel Touzet, coordinador español de la operación de búsqueda y recuperación; el contralmirante William S. Guest, comandante de la Fuerza de Tareas 65 de la Armada estadounidense; y el general de división Delmar E. Wilson, comandante de la Decimosexta Fuerza Aérea.
El laborioso proceso que siguió, con la ayuda de hombres rana de la Marina, sacó la bomba nuclear a la superficie, depositandola sobre la cubierta del USS Petrel. Una vez a bordo, los técnicos retiraron la carcasa del dispositivo termonuclear para desactivarlo. De esta forma se puso fin a una odisea de 81 días.
Los pilotos del Alvin se convirtieron en héroes internacionales.
Los soldados estadounidenses araron 600 acres de cultivos en Palomares y los enviaron al complejo nuclear de Savannah River, en Carolina del Sur, para su eliminación.
Decenas de barriles.
El gobierno estadounidense pagó 710.914 dólares para resolver 536 reclamaciones españolas. El pescador, que reclamaba su compensación por el hallazgo de la bomba, demandó por 5 millones de dólares y finalmente obtuvo 14.566. Madrid, donde los manifestantes corearon "¡Asesinos yanquis!" durante la búsqueda, solicitó al Mando Aéreo Estratégico de EE. UU. que suspendiera sus vuelos sobre España.
El programa de alerta aérea, del que formaba parte la Operación Cúpula Cromada, se redujo y finalizó definitivamente en 1992.
El personal estadounidense involucrado en la búsqueda y los españoles en la zona han vivido con el legado del accidente en el medio siglo transcurrido desde que ocurrió.
Restos de la cola del bombardero en medio del campo de habas.
A pesar de la remoción de tierra inmediatamente después, las pruebas realizadas en la década de 1990 revelaron altos niveles de americio, un producto de la descomposición del plutonio, en la aldea. Pruebas posteriores mostraron que 50.000 metros cúbicos de tierra seguían siendo radiactivos. Estados Unidos acordó limpiar la contaminación restante en la aldea en 2015.
Recorte de La Vanguardia del 20 de febrero de 1966, mostrando a Paco delante de su barco Manuela Orts Simó.
Muchos de los veteranos estadounidenses que ayudaron en la búsqueda han dicho que están lidiando con los efectos del envenenamiento por plutonio. Es imposible vincular los cánceres con una sola exposición a la radiación, y no se ha realizado ningún estudio para evaluar si presentan una alta incidencia de enfermedades, pero desde entonces algunos han sido devastados por enfermedades.
Ceremonia de agradecimiento al pescador Francisco Simó Orts por la ayuda prestada en relación a la busqueda y encuentro de los restos de la bomba de Palomares.
De los 40 veteranos involucrados en la búsqueda que fueron identificados por The Times en 2016, 21 tenían cáncer; nueve habían muerto a causa de ello.
Muchos de los hombres han culpado a la Fuerza Aérea, que los envió a limpiar la zona con escaso equipo de protección y luego alimentó a las tropas con los cultivos contaminados que los españoles se negaron a comer. A un policía militar le dieron una bolsa de plástico y le ordenaron que recogiera los fragmentos radiactivos a mano.
SEMANAL ANTENA Nº 160 1984
La Fuerza Aérea también desestimó las pruebas realizadas en ese momento que mostraban que los hombres tenían altos niveles de contaminación de plutonio.
"Me llevó mucho tiempo darme cuenta de que esto tal vez tenía que ver con la limpieza de las bombas", dijo Arthur Kindler, quien era empleado de suministros de comestibles en el momento del incidente.
Estaba tan cubierto de plutonio durante la limpieza que la Fuerza Aérea lo obligó a lavarse en el océano y le quitó la ropa. Cuatro años después, desarrolló cáncer testicular y una rara infección pulmonar; desde entonces, ha tenido cáncer en los ganglios linfáticos tres veces.
"Tienes que entender que nos dijeron que todo estaba a salvo", dijo Kindler. "Éramos jóvenes. Confiábamos en ellos. ¿Por qué mentirían?"
"Este no fue el primer accidente con armas nucleares", declaró el reportero de la BBC Chris Brasher al informar desde el lugar del accidente en 1968. "El Pentágono registra al menos nueve accidentes previos de aeronaves con bombas de hidrógeno. Pero este fue el primero en suelo extranjero, el primero en involucrar a civiles y el primero en captar la atención mundial".
La operación de limpieza estadounidense logró pasar por alto algunas zonas contaminadas, y EE.UU. y España acordaron financiar controles sanitarios anuales para los residentes de Palomares. También se comprometieron a monitorear el suelo, el agua, el aire y los cultivos locales.
Sin embargo, aún quedan cercadas unas 40 hectáreas de terreno contaminado en Palomares. Y a pesar de que España y EE.UU. firmaron un acuerdo mutuo en 2015 para limpiar la zona, ninguno de los dos ha cumplido.
La historia de este accidente se explica en el libro The Day We Lost the H-Bomb: Cold War, Hot Nukes, and the Worst Nuclear Weapons Disaster in History, de Bárbara Morán.