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El accidente de Védrines en 1912

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LA CAÍDA DE VÉDRINES Y EL DESCRÉDITO DE LA AVIACIÓN

El desgraciado accidente del simpático Védrines ha colmado la medida de la desconfianza y el menosprecio que, los legos en la materia, sienten por el prodigioso invento de la Aviación. Porque Védrines, por su popularidad en todos los países, incluso en España, cuyos horizontes había cruzado á una velocidad de 180 kilómetros por hora, y por su buena estrella en todos los sorprendentes vuelos realizados, era el único prestigio para las masas incrédulas, el único apóstol de la novísima conquista del aire, que lograba, si no convencerlas, por lo menos hacerlas dudar respecto á la eficacia del monoplano.

Siempre que surgía la discusión acalorada sobro este punto, y los detractores del invento, que son los más, apelaban al número de víctimas producidas, para sentar la tesis de que la Aviación es un fracaso, salía á relucir el nombre de Védrines.

Mientras el héroe popular estuviese en los aires, la duda flotaba en todas las conciencias y cabía tomar por inexperiencia de los aviadores muertos, la imperfección ó inutilidad de sus aparatos. Védrines ha caído á tierra en el crítico instante en que la Aviación estaba ganando, por él y por sus triunfales y asombrosos vuelos, la credulidad de las masas.

Un vuelo más y el invento que, con el telégrafo Marconi, basta para hacer inmortal en la historia de la Ciencia al siglo XX, hubiera acabado por triunfar de la incredulidad de los ignorantes, como ha triunfado de la de los sabios.

Ya á nadie se le ocurría que Védrines pudiera sufrir un percance; bastaba que los periódicos anunciasen un nuevo raid del intrépido aviador para que todas las poblaciones del recorrido levantasen los ojos al cielo y se dispusiesen á verla aparecer con la misma seguridad y exactitud con que aparece el Sol todas las mañanas.

Sus triunfos bastaban y sobraban para contrarrestar el desprestigio del invento, ocasionado por el alarmante número de víctimas. Y la masa hubiera llegado á creer que el monoplano era un aparato seguro y perfecto, como la pericia y la inmunidad taurómaca del Guerra, llegaron á sentar el axioma de que los cuernos no hacían daño, y por esta razón, en su época de lidiador, fue cuando más aficionados se echaron al ruedo.

Si el Guerra hubiese muerto en la plaza, el Arte del Toreo hubiera sufrido un tremendo descrédito, y ¡quién sabe, si á pesar de la gran miseria nacional, se hubieran acabado sus cultivadores!

Porque la muerte del Guerra hubiese sido la negación de todas las reglas y de todos los cánones de la lidia; como el trágico batacazo de Védrines es para la masa la negación de todas las leyes físicas y mecánicas del monoplano.

Ya no habrá, en nuestro tiempo, quien convenza á las gentes de que la Aviación es un problema científico resuelto; todo el mundo creerá que es un arriesgadísimo ejercicio acrobático, cuyos factores principales no son ni el motor ni las alas, sino la agilidad y la buena suerte de los pilotos.

Y contribuirá más á afirmar esta creencia, la costumbre de exhibirse los aviadores en las fiestas de los pueblos, y de ser contratados por empresarios.

Con Védrines ha caído, desde lo alto de las nubes, el crédito popular de la Aviación.

Ya, psicológicamente, tenía un enemigo de origen: lo poco propicia que se muestra la humanidad para todo lo que sea elevarse sobre el nivel del suelo, y el odio y la envidia que concitan los que se elevan.

Védrines, semidiós, cruzó sobre nuestras cabezas y á duras penas creímos en él y en su poder, mientras estaba haciendo milagros; pero, cayó al suelo, y ha sembrado la incredulidad sobre el haz de la tierra. Y es que, para mantener viva la fe en lo maravilloso, hay que estar constantemente haciendo milagros.

Yo croo que si de vez en cuando no se presentasen esas estrellas do rabo, esos cometas siniestros, á quien la ingenua superstición de los pueblos achaca sus habituales y lógicas desgracias, llegaríamos á despreciar al sol y á la luna y á todos los astros de uso corriente para nosotros, y á creer que era una farsa el sistema planetario.

El problema de la Aviacióu ha caído al suelo con Védrines. Para que la masa popular vuelva á creer en él, necesita otro héroe y otra leyenda.

EL SASTRE DEL CAMPILLO


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